Un golpe militar derrotado en las calles...
Por Ale Kur, SoB n° 389, 21/7/16
Las noticias del fallido intento de golpe de Estado en Turquía dieron vuelta al mundo y acapararon rápidamente la atención de los medios de comunicación. La importancia de los acontecimientos está determinada, entre otras cosas, por la importancia del país: Turquía es miembro de la OTAN y por lo tanto un aliado militar clave de Occidente, tiene unas de las Fuerzas Armadas más grandes del mundo, es la llave de paso entre Europa y Asia, es una de las grandes economías de Medio Oriente y uno de sus principales líderes políticos y culturales.
El golpe de Estado fue un enorme terremoto político. En primer lugar, porque fue contra un gobierno surgido de las urnas y con una fuerte base social propia. El presidente islamista Erdogan y su partido AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) ganaron reiteradamente, y con altos porcentajes de voto, todas las elecciones en las que se presentaron. Esto no quita que su gobierno sea profundamente autoritario y represivo, al punto de socavar las bases mismas de la democracia. Pero un golpe para remover a Erdogan significaba un choque directo con la voluntad de millones de personas.
El intento del golpe militar no parece haber partido de la cúpula de las Fuerzas Armadas, todavía alineadas con el gobierno (o por lo menos neutrales y a la expectativa de los desarrollos posteriores). Parece haber sido más bien producto de un complot de la oficialidad media. El gobierno Erdogan se apresuró a señalar como responsable último del intento a Fetullah Gulen, un clérigo turco que se encuentra exiliado en Estados Unidos.
Gulen dirige un movimiento político-social de masas de orientación “islamista moderada” llamado Hizmet, al que algunos medios caracterizan como una especie de “Opus Dei musulmán”. Se trata de una organización con poderosa inserción entre los cuadros y el aparato del Estado, con gran cantidad de instituciones propias (educativas, asistenciales, etc.). El movimiento de Gulen había sido parte esencial de la alianza que llevó por primera vez al AKP al poder en 2002, y bajo su gobierno profundizó su penetración en el Estado. Pero luego Gulen y Erdogan rompieron entre sí, abriendo una enorme grieta política en las alturas. Gulen inició en 2013 una denuncia por corrupción al partido gobernante y a Erdogan, que hizo temblar todo el edificio institucional del país.
Si Gulen instigó o no realmente el intento de golpe de Estado, es muy difícil de determinar. Como se desprende de lo anterior, no le faltaban motivos para intentarlo. Sin embargo, él y su movimiento Hizmet rechazaron toda vinculación con el mismo. La acusación de Erdogan por sí misma no constituye prueba suficiente, ya que el presidente islamista es un conocido fabricante de mentiras, como se pudo observar en sus campañas de difamación contra los kurdos del país y de Siria.
La proclama leída por la junta golpista cuando se adueñó brevemente de la emisora estatal, tenía un contenido más alineado con la ideología clásicamente nacionalista-laica de las Fuerzas Armadas turcas. Tradición que proviene de la época de Ataturk, el fundador del Estado turco, que tras la Primera Guerra Mundial buscó “modernizar el Estado” luego de siglos de sultanato-califato otomanos.
En este sentido, es plausible que la conspiración golpista tuviera como verdadero contenido un intento por parte de sectores del aparato militar de recuperar el protagonismo que tuvieron en décadas anteriores, aunque insistimos las cosas no están del todo claras. Las FFAA turcas jugaron a lo largo de la historia un rol central en el gobierno del país, con sucesivos golpes militares o asonadas que pusieron fuertes condicionamientos a los gobiernos. La década y media de gobierno del AKP comenzaba a desarticular o por lo menos a limitar fuertemente este poder tutelar de las FFAA sobre los asuntos civiles.
Por su parte, ningún partido político, institución ni sector significativo de la sociedad apoyó abiertamente al intento golpista. Ni siquiera la oposición laica, que se viene enfrentando a Erdogan y su deriva autoritaria-islamista, parece haber simpatizado con el levantamiento militar.
Las calles fueron decisivas
Pese a lo anterior, desde el punto de vista estrictamente militar el intento golpista empezó con gran fuerza. Gran cantidad de unidades parecen haber estado implicadas, ya que se desplegaron tanques en las calles en puntos estratégicos y se tomaron varias instituciones del Estado. Más aún, el espacio aéreo estuvo controlado por los aviones golpistas, que llegaron inclusive a tener sus armas fijadas en el avión presidencial según varios reportes.
Una nota en el diario The Guardian[1] refleja que en un primer momento, los militares sublevados llegaron a hacerse con el control de la situación, y que el gabinete de ministros de Erdogan había dado todo por perdido. Pero el presidente consiguió escapar y se dirigió a la nación, llamando a las masas a salir a la calle para enfrentar el golpe. Este llamado fue repetido por miles de mezquitas en todo el país y por todo el sector “lealista” del aparato del Estado, especialmente por la policía.
La intervención en las calles de miles y miles de personas invirtió la relación de fuerzas en unas pocas horas. Las unidades militares golpistas se vieron rodeadas por las masas, y una por una debieron rendirse. Son emblemáticas las imágenes de los civiles subidos a los tanques que los soldados abandonaron. Se trata sin duda alguna de un enorme triunfo popular que debe ser reivindicado y que puede tener consecuencias hacia adelante en los desarrollos del país.
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