Amad a vuestros enemigos.
Hoy 4 de abril se cumple el quincuagésimo aniversario de su asesinato, cometido por un delincuente a sueldo. A sueldo de quién? No se sabe. O sí se sabe, pero no se dice. Aquel jueves, cuando la tarde empezaba a refrescar, Martin Luther King salió a un balcón del motel Lorraine, en Memphis, y allí lo estaba esperando la muerte que él ya había presentido en más de una ocasión. Una muerte (por disparo de un arma de fuego accionada por mano blanca) entonces habitual en EEUU para los de su raza, por cuyos derechos civiles él bregó en calidad de líder con los únicos recursos que consideraba admisibles: las marchas pacíficas y la palabra.
El precio? Una lista larga de amenazas, vejaciones, atentados, acoso policial, detenciones, encarcelamientos y multas, con el colofón trágico de un disparo similar a otros que, antes y después del 4 de abril de 1968, segaron la vida de numerosos ciudadanos de similar condición. Ya sólo durante los tumultos inmediatamente posteriores a su asesinato fallecieron de forma violenta 34 negros en distintas ciudades de EEUU, así como, todo hay que decirlo, cinco blancos. Su muerte a los 39 años, equiparada por muchos compatriotas suyos con un martirio, habría de conferir a Martin Luther King un halo de santidad. También, como a los grandes héroes de la historia norteamericana (los presidentes Washington y Lincoln), le está dedicada con carácter oficial una fecha conmemorativa. Este predicador baptista de Atlanta concibió un sueño de reconciliación entre blancos y negros en un antiguo país de esclavizadores y esclavos, donde todavía, a estas horas del siglo XXI, persiste una inercia de discriminación y racismo.
Al igual que Gandhi, a quien tuvo por modelo, estaba convencido de que las causas justas han de defenderse con procedimientos justos. Cincuenta años más tarde de la bala fatal, Martin Luther King continúa siendo un símbolo de esperanza. En dicho lapso, EEUU ha hecho evidentes progresos sociales, salpicados de esporádicos retrocesos. No obstante, dista de haber cumplido aquella visión (I have a dream) expresada por Martin Luther King durante su célebre discurso de 1963 en Washington.
A raíz del juicio a Rosa Parks, detenida en diciembre de 1955 por negarse a ceder el asiento a un viajero blanco en un autobús del servicio público, se funda la Montgomery Improvement Association (MIA). La preside un tal Martin Luther King, apenas conocido aún como activista en pro de los derechos civiles de la población negra. Ya desde el inicio de su actividad, este pastor de una pequeña iglesia baptista, casado y, andando el tiempo, padre de cuatro hijos, postula la fe en la capacidad del amor como motor del cambio social. Su argumentario es inseparable de la convicción religiosa. Los suyos son discursos de eclesiástico, a menudo salpicados de citas bíblicas. Se acoge a las palabras del Evangelio de Mateo (5,44): "Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen".
La postura de Martin Luther King no tiene nada que ver con la resignación. Antes al contrario, él está persuadido de que la víctima que acepta con pasividad un sistema injusto ayuda a sustentar dicho sistema. Su tesis vendría a resumirse en el siguiente enunciado: quien se resigna a la opresión colabora con ella, pues, lo quiera o no, contribuye a que el opresor se convenza de la razón moral de su proceder, no sea consciente del perjuicio que ocasiona y no sienta en consecuencia la necesidad de rectificar.
Ahora bien, no todo vale a la hora oponerse a la injusticia. Un mal no se arregla sustituyéndolo por otro. La violencia, afirma Martin Luther King, deforma al ser humano. Jamás conduce a una paz digna de tal nombre puesto que humilla al rival en lugar de convencerlo, esto es, de ganarlo para una causa noble. Lejos de aminorar la injustica y el dolor, la violencia los expande. Tal es, en opinión de Martin Luther King, la gran debilidad de los métodos violentos: generan aquello mismo que pretenden suprimir. El esfuerzo liberador ha de estar encaminado a aniquilar el mal, no al malvado. Y cita a este respecto las palabras de un conocido discurso de Gandhi: «Quizá hayan de correr torrentes de sangre antes que conquistemos nuestra libertad, pero ha de ser nuestra sangre».
Descartadas la pasividad estéril y el derramamiento de sangre, Martin Luther King propone el camino de la resistencia pacífica, de todo punto incompatible con la ley del Talión. A un ataque, afirma, no debe responderse con un contraataque ni con venganza; el odio no debe ser neutralizado con odio, sino con amor. E insiste en la idea de liberar a un tiempo al oprimido y al que oprime. «Lo que hacemos», dice a sus oyentes, "lo hacemos no sólo para los negros, sino también para los blancos. En tanto que liberamos al negro, liberamos asimismo al blanco de sus puntos de vista erróneos".
No toda la población negra de EEUU se muestra conforme con la propuesta pacífica de Martin Luther King. La opción partidaria de la violencia gana en la década de los 60 del siglo XX cada vez más adeptos. Su influencia se hace notar, sobre todo, a partir de 1965, año en que es asesinado en Nueva York uno de sus principales adalides, Malcolm X. En octubre del año siguiente se funda el Black Panther Party, creado para la autodefensa armada del pueblo negro. A Martin Luther King, objeto de críticas severas y de mofas, se le reprocha que suplique a los blancos justicia como un mendigo. Con su método de amar al enemigo lo único que se consigue, le dicen, es postergar in aeternum el fin de la discriminación racial. Lo tildan de negro doméstico.
Pero si un opositor tenaz tuvo en vida Martin Luther King, este fue J. Edgar Hoover, director del FBI. Hoover consideraba al predicador de Atlanta una especie de Mesías, por supuesto comunista, empeñado en azuzar a los negros contra la población blanca. Lo espiaba a todas horas con ayuda de agentes y de micrófonos ocultos. No escatimó medios sucios para minar su prestigio ni tampoco para perjudicarlo en su vida privada, como cuando hizo enviar de forma anónima a Coretta King la grabación de conversaciones de cama entre su marido y otras mujeres.
Martin Luther King perdura como figura positiva en el recuerdo colectivo. Nunca se le oyó una palabra de odio contra nadie. Su apuesta razonada y humilde por la concordia, lejos de resultar ineficaz, contribuyó a que su reclamación de justicia se extendiese por todo el planeta. Igual que mostró a los de su raza el poder latente que poseían, ayudó a millones de blancos a comprender que el racismo también los degradaba a ellos. Sería deseable que no cesaran de sonar entre nosotros las voces de los hombres buenos.
VENEZUELA INAUGURA LA UNIVERSIDAD ALMA MATER "MARTIN LUTHER KING"
El Presidente Nicolas Maduro: "En esta universidad se va a cumplir uno de los sueños de “Martin Luther King” de ver a jóvenes cultos y educados formándose para el futuro". #YoTengoUnSueño
Hoy 4 de abril se cumple el quincuagésimo aniversario de su asesinato, cometido por un delincuente a sueldo. A sueldo de quién? No se sabe. O sí se sabe, pero no se dice. Aquel jueves, cuando la tarde empezaba a refrescar, Martin Luther King salió a un balcón del motel Lorraine, en Memphis, y allí lo estaba esperando la muerte que él ya había presentido en más de una ocasión. Una muerte (por disparo de un arma de fuego accionada por mano blanca) entonces habitual en EEUU para los de su raza, por cuyos derechos civiles él bregó en calidad de líder con los únicos recursos que consideraba admisibles: las marchas pacíficas y la palabra.
El precio? Una lista larga de amenazas, vejaciones, atentados, acoso policial, detenciones, encarcelamientos y multas, con el colofón trágico de un disparo similar a otros que, antes y después del 4 de abril de 1968, segaron la vida de numerosos ciudadanos de similar condición. Ya sólo durante los tumultos inmediatamente posteriores a su asesinato fallecieron de forma violenta 34 negros en distintas ciudades de EEUU, así como, todo hay que decirlo, cinco blancos. Su muerte a los 39 años, equiparada por muchos compatriotas suyos con un martirio, habría de conferir a Martin Luther King un halo de santidad. También, como a los grandes héroes de la historia norteamericana (los presidentes Washington y Lincoln), le está dedicada con carácter oficial una fecha conmemorativa. Este predicador baptista de Atlanta concibió un sueño de reconciliación entre blancos y negros en un antiguo país de esclavizadores y esclavos, donde todavía, a estas horas del siglo XXI, persiste una inercia de discriminación y racismo.
Al igual que Gandhi, a quien tuvo por modelo, estaba convencido de que las causas justas han de defenderse con procedimientos justos. Cincuenta años más tarde de la bala fatal, Martin Luther King continúa siendo un símbolo de esperanza. En dicho lapso, EEUU ha hecho evidentes progresos sociales, salpicados de esporádicos retrocesos. No obstante, dista de haber cumplido aquella visión (I have a dream) expresada por Martin Luther King durante su célebre discurso de 1963 en Washington.
A raíz del juicio a Rosa Parks, detenida en diciembre de 1955 por negarse a ceder el asiento a un viajero blanco en un autobús del servicio público, se funda la Montgomery Improvement Association (MIA). La preside un tal Martin Luther King, apenas conocido aún como activista en pro de los derechos civiles de la población negra. Ya desde el inicio de su actividad, este pastor de una pequeña iglesia baptista, casado y, andando el tiempo, padre de cuatro hijos, postula la fe en la capacidad del amor como motor del cambio social. Su argumentario es inseparable de la convicción religiosa. Los suyos son discursos de eclesiástico, a menudo salpicados de citas bíblicas. Se acoge a las palabras del Evangelio de Mateo (5,44): "Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen".
La postura de Martin Luther King no tiene nada que ver con la resignación. Antes al contrario, él está persuadido de que la víctima que acepta con pasividad un sistema injusto ayuda a sustentar dicho sistema. Su tesis vendría a resumirse en el siguiente enunciado: quien se resigna a la opresión colabora con ella, pues, lo quiera o no, contribuye a que el opresor se convenza de la razón moral de su proceder, no sea consciente del perjuicio que ocasiona y no sienta en consecuencia la necesidad de rectificar.
Ahora bien, no todo vale a la hora oponerse a la injusticia. Un mal no se arregla sustituyéndolo por otro. La violencia, afirma Martin Luther King, deforma al ser humano. Jamás conduce a una paz digna de tal nombre puesto que humilla al rival en lugar de convencerlo, esto es, de ganarlo para una causa noble. Lejos de aminorar la injustica y el dolor, la violencia los expande. Tal es, en opinión de Martin Luther King, la gran debilidad de los métodos violentos: generan aquello mismo que pretenden suprimir. El esfuerzo liberador ha de estar encaminado a aniquilar el mal, no al malvado. Y cita a este respecto las palabras de un conocido discurso de Gandhi: «Quizá hayan de correr torrentes de sangre antes que conquistemos nuestra libertad, pero ha de ser nuestra sangre».
Descartadas la pasividad estéril y el derramamiento de sangre, Martin Luther King propone el camino de la resistencia pacífica, de todo punto incompatible con la ley del Talión. A un ataque, afirma, no debe responderse con un contraataque ni con venganza; el odio no debe ser neutralizado con odio, sino con amor. E insiste en la idea de liberar a un tiempo al oprimido y al que oprime. «Lo que hacemos», dice a sus oyentes, "lo hacemos no sólo para los negros, sino también para los blancos. En tanto que liberamos al negro, liberamos asimismo al blanco de sus puntos de vista erróneos".
No toda la población negra de EEUU se muestra conforme con la propuesta pacífica de Martin Luther King. La opción partidaria de la violencia gana en la década de los 60 del siglo XX cada vez más adeptos. Su influencia se hace notar, sobre todo, a partir de 1965, año en que es asesinado en Nueva York uno de sus principales adalides, Malcolm X. En octubre del año siguiente se funda el Black Panther Party, creado para la autodefensa armada del pueblo negro. A Martin Luther King, objeto de críticas severas y de mofas, se le reprocha que suplique a los blancos justicia como un mendigo. Con su método de amar al enemigo lo único que se consigue, le dicen, es postergar in aeternum el fin de la discriminación racial. Lo tildan de negro doméstico.
Pero si un opositor tenaz tuvo en vida Martin Luther King, este fue J. Edgar Hoover, director del FBI. Hoover consideraba al predicador de Atlanta una especie de Mesías, por supuesto comunista, empeñado en azuzar a los negros contra la población blanca. Lo espiaba a todas horas con ayuda de agentes y de micrófonos ocultos. No escatimó medios sucios para minar su prestigio ni tampoco para perjudicarlo en su vida privada, como cuando hizo enviar de forma anónima a Coretta King la grabación de conversaciones de cama entre su marido y otras mujeres.
Martin Luther King perdura como figura positiva en el recuerdo colectivo. Nunca se le oyó una palabra de odio contra nadie. Su apuesta razonada y humilde por la concordia, lejos de resultar ineficaz, contribuyó a que su reclamación de justicia se extendiese por todo el planeta. Igual que mostró a los de su raza el poder latente que poseían, ayudó a millones de blancos a comprender que el racismo también los degradaba a ellos. Sería deseable que no cesaran de sonar entre nosotros las voces de los hombres buenos.
VENEZUELA INAUGURA LA UNIVERSIDAD ALMA MATER "MARTIN LUTHER KING"
El Presidente Nicolas Maduro: "En esta universidad se va a cumplir uno de los sueños de “Martin Luther King” de ver a jóvenes cultos y educados formándose para el futuro". #YoTengoUnSueño
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